La movilización femenina en la Guerra Civil española

La movilización femenina en la Guerra Civil española | Tribuna Feminista: Coincidiendo con el 80 aniversario de la batalla del Jarama, los Ayuntamientos de Arganda del Rey y de Morata de Tajuña, junto con las Asociaciones Tajar y Frente de Madrid, llevan celebrando desde el 15 de febrero una serie de actividades en el marco de las VII Jornadas de la Batalla del Jarama. Me ha alegrado ver que en este ciclo de actividades se ha tenido en cuenta a las mujeres y su participación en la guerra, una alegría que se debe a que se trata de un reconocimiento que todavía no se refleja debidamente, o directamente se ignora, en el currículum escolar e incluso universitario. Se trata de una participación que tuvo lugar en ambas zonas, en la republicana y en la golpista, los discursos con los que se movilizó a las mujeres fueron distintos y algunas de las actividades realizadas también, pero las mujeres también hicimos y sufrimos la guerra, republicanas y sublevadas, españolas y extranjeras -aunque a me voy a centrar solamente en las primeras-. Negar a nuestra sociedad la memoria de lo que la Guerra Civil supuso para las mujeres, no solo en términos de violencias contra nosotras sino también de la organización y la movilización que llevamos a cabo, es mutilar la memoria sobre nuestra iniciativa, nuestras capacidades y nuestras posibilidades de ser. Supone no reconocer que muchas mujeres, algunas de las que se conoce su nombre y apellidos, pero la inmensa mayoría mujeres anónimas, también se dejaron el tiempo, la piel y la vida en sus respectivas luchas.

Negar a nuestra sociedad la memoria de lo que la Guerra Civil supuso para las mujeres, no solo en términos de violencias contra nosotras sino también de la organización y la movilización que llevamos a cabo, es mutilar la memoria sobre nuestra iniciativa, nuestras capacidades y nuestras posibilidades de ser.

A continuación, una pequeña aproximación a lo que fue la movilización de las mujeres en ambas zonas durante la Guerra Civil. Hay que tener en cuenta que los proyectos políticos que se enfrentaban en el conflicto incorporaron modelos de mujer, de familia, de sociedad y de relación entre los géneros muy distintos. De modo que las mujeres que formaron parte de uno u otro bando llevaron a cabo su papel en el desarrollo de la contienda en base al ideario de su respectivo gobierno, a pesar de que la lógica del conflicto condicionó a ambas partes.

Zona sublevada:

En la zona sublevada, tras el golpe militar del 18 de julio de 1936 contra el gobierno de la República, las mujeres simpatizantes del golpe acudieron como “voluntarios del 18 de julio”. Se trataba de falangistas, carlistas, católicas y monárquicas de Renovación Española y de Acción Ciudadana. Las organizaciones femeninas que canalizaron el trabajo de las mujeres en la zona sublevada fueron las Margaritas de Comunión Tradicionalista (CT); Acción Católica de la Mujer y la Sección Femenina de Falange (SF). A lo largo de la guerra, en territorio bajo control de los golpistas se suspendió toda la legislación republicana, restableciéndose el código civil de 1889. Esto suponía que la mujer casada volvía a someterse a la dependencia absoluta del varón, a quien tenía la obligación de obedecer (art. 57), anulándose cualquier atisbo de capacidad jurídica e independencia económica al ser “liberadas del taller y de la fábrica” a través del Fuero del Trabajo. Sin embargo, la coyuntura de la guerra hizo que fueran necesarios los brazos de trabajo femenino, sobre todo cuando el voluntariado comenzaba a disminuir a medida que la guerra se alargaba. Para ello, el equipo de Mercedes Sanz Bachiller, que dirigía el Auxilio Social, impulsó la creación de una institución para la explotación de la mano de obra femenina, el Servicio Social para la Mujer: las que tuvieran entre 16 y 35 años realizarían de forma gratuita y obligatoria actividades asistenciales, sobre todo en Frentes y Hospitales, Auxilio Social y en instituciones militares; además, el Servicio Social funcionaría como un modo de socialización con el ideario fascista, siendo formadas en el conocimiento de sus deberes y de dedicación al hogar.

El discurso dirigido a las mujeres definía un modelo de feminidad que suponía un reto no poner en entredicho al solicitar, al mismo tiempo, su movilización para la guerra. Era un discurso estrechamente vinculado al de la religión católica por su defensa del diferente papel de los sexos en la sociedad, manteniendo una rígida separación de las esferas pública y privada, rechazando cualquier masculinización de la mujer y también las reivindicaciones de corte feministas.



El ámbito de actuación de las mujeres de la zona golpista fue exclusivamente la retaguardia, siendo muy importante el trabajo en el campo, algo en lo que destacó la Sección Femenina a través de la Hermandad de la Ciudad y del Campo: las mujeres recibían cursos de agricultura y se formaban equipos de mujeres para realizar las tareas agrarias con las que poder abastecer a la población de alimentos. Además, a través de la institución de Auxilio Social se realizaban tareas de reparto de comida en comedores, se abrían centros de higiene, casas-cuna y guarderías, entre otras tareas. Por su parte, la Delegación de Frentes y Hospitales se encargaba de la Enfermería y la Lavandería, la cual se extendió en el frente haciéndose permanente en donde fuese necesario, del mismo modo que los talleres de confección de prendas de abrigo y vestuario militar. Igualmente, el Auxilio de Invierno se encargaba de la recolecta de vestimenta de abrigo y de su confección para enviar al frente. También se incorporaron cursos de enseñanzas religiosas, culturales, políticas y familiares, mientras que el cuerpo de Divulgadoras Sanitario-Rurales llevaba a cabo actividades sanitarias y formativas. El Servicio Exterior estableció delegaciones de la Sección Femenina en Italia, Alemania, Estados Unidos y algunos países de América del Sur y Central como Argentina, Chile, Cuba, Brasil, Venezuela y Puerto Rico, entre otros, en donde a parte de los servicios de Propaganda e Información, se solicitaban donativos, entrega de prendas de abrigo y suscripciones al Auxilio Social. La Organización Juvenil y las Escuelas de Hogar integraban a los niños y a las niñas que debían ser educados en los principios y valores del futuro régimen, defendiéndose la segregación por sexo, entendiendo que chicos y chicas contaban con una biología y una fisionomía particular que determinaba su misión en la vida, para lo que debían ser educados de forma específica.

Zona republicana:

A diferencia de lo que sucedió en el bando golpista, la movilización femenina en la zona republicana estuvo articulada entre la guerra antifascista y la revolución social, de modo que las rojas  -como se las comienza a denominar durante el conflicto por su vinculación con la Unión Soviética, que al contrario que Francia y los países vecinos posicionados en la no intervención, si envía ayuda a la República durante la guerra- no solo defendían los valores democráticos sino también sus propios derechos como mujeres.  Las organizaciones femeninas que canalizaron la movilización de las mujeres fueron: Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA) y Unión de Muchachas (UM), sus homólogas catalanas Unió de Dones de Catalunya (UDC) y Aliança Nacional de Dones Joves (ANDJ); Mujeres Libres (ML) y el Secretariado Femenino del POUM (SFPOUM).


A pesar de que la guerra no era el mejor contexto para hacer avanzar las libertades, la zona republicana continuó con su proyecto legislativo de progreso social. No obstante, las circunstancias de la guerra hicieron que su puesta en práctica fuese complicada: la diputada socialista Matilde Huici se quejó de que el Decreto de Igualdad Civil (1937) con el que se ponía fin a la autoridad marital, no se cumplía; a pesar de la legalización del aborto, pocas mujeres acudieron a las clínicas y las prácticas clandestinas siguieron realizándose, y lo mismo sucedió con los “liberatorios de prostitutas” diseñados por la médica Amparo Poch y Gascón; además, la única zona en la que se llevó a cabo de manera eficaz el acceso de las mujeres al trabajo y la igualdad salarial, fue Cataluña a través del Institut d’Adaptació Professional de la Dona, formando a miles de mujeres en diversos oficios, también en las fábricas de producción bélica.

El discurso dirigido a las mujeres para promover su movilización fue diferente en las organizaciones antifascistas (AMA, UM, UDC, ANDJ) y en las anarquistas (ML y el SFPOUM que, aunque no sea anarquista, coincidía en este punto). Respecto al primero de ellos, el discurso antifascista, al haber surgido estas organizaciones bajo el auspicio del Partido Comunista de España (PCE), que daba poca prioridad a la agenda feminista, no era un discurso emancipador porque a pesar de que con sus programas introdujesen a las mujeres en la producción de la guerra además de en tareas asistenciales, todo ello iba encaminado al beneficio de la situación global, no había detrás un razonamiento feminista porque la prioridad era defender la República y ganar la guerra; de este modo, no era un discurso novedoso porque partía de la tradicional división por género de las esferas, atribuyendo a la mujer una función social determinada por su condición de madre y tutelar de la familia, pero sí era un discurso compatible con el modelo de ‘mujer moderna’ al combinarlo con la defensa de la ciudadanía, los derechos, las libertades y la igualdad. En cuanto al discurso anarquista, debido a la tradicional sensibilización e interés por la cuestión femenina entre algunos sectores del movimiento anarquista español, este sí mostraba un grado de conciencia y vindicación feministas aunque no compartido ni por todas las afiliadas ni por todas las dirigentes, de modo que muchas mantuvieron posturas tradicionales respecto a la mujer. En el caso de Mujeres Libres, su objetivo principal era la emancipación de la mujer, sobre todo de la obrera, ya que entendían que sufría una triple esclavitud: la de la ignorancia, la de productora y la de mujer.

A pesar de la pluralidad ideológica de la zona republicana, no se realizaron distinciones ideológicas o de clase por parte de las diferentes organizaciones, sino que se llamó a la unión y a la colaboración entre ellas pese a las relaciones hostiles que existían. El espacio por excelencia de las mujeres fue la retaguardia, todas las organizaciones llevaron a cabo tareas asistenciales al entenderse como la proyección pública de la naturaleza femenina, construida cultural y simbólicamente en torno a las habilidades para el cuidado y la nutrición, pero también se realizaron tareas en el campo, en los talleres y en las fábricas. Hubo dos áreas en las que las organizaciones femeninas centraron su atención: por una parte, las campañas de culturalización de mujeres, y por otra, las de formación profesional. Así, llevaron a cabo clases elementales, de cultura general, puericultura, mecánica, electricidad, comercio, avicultura, enfermería, formación social y defensa pasiva, empleando los ‘clubs de fábrica’ para acercar estos proyectos al lugar de trabajo de las obreras y los ‘bloques móviles’ para hacer lo mismo con las campesinas. También participaban en otras tareas, encaminadas a la ayuda al Ejército y al Gobierno como la petición de donativos y la confección de ropa; la celebración de homenajes a los soldados del frente y de la retaguardia; los comedores sociales y las lavanderías y toda la asistencia posible a los heridos y a los familiares de los combatientes. También estuvieron en contacto con los frentes de combate en calidad de enfermeras y en actividades de apoyo a los combatientes: llevando camiones para suministrar paquetes de productos que necesitasen (comida, ropa, jabón, papel, dentífrico, tabaco); y también como “madrinas de guerra”, carteándose con los soldados, así como a través de las Milicias Culturales creadas en diciembre de 1936.



Igualmente, y al margen de las organizaciones femeninas, en la zona republicana hubo mujeres que se desplazaron a los frentes de combate como milicianas (en 1937 su presencia se redujo bastante por diferentes motivos, siendo el fundamental que las mujeres debían participar en la guerra, pero en la esfera social adecuada: la retaguardia; no hubo ningún aliento para que las mujeres imitasen a las valientes que querían empuñar un fusil para defender sus derechos). La realidad histórica de las milicianas fue algo totalmente espontáneo ya que no existió una política oficial de alistamiento femenino: fueron una importante minoría pero no es ningún demérito sino todo lo contrario si no nos olvidamos del modelo patriarcal de sociedad del momento; además se trata de una minoría que a pesar de serlo alcanzó mandos militares, como sucedió en la compañía de artillería del 2º Batallón Asturias y como es el caso también de la capitana de origen argentino Mika Etchebéhère.

Para terminar, cabe decir que no hubo menosprecios por parte de los poderes políticos masculinos a la participación de las mujeres porque era evidente su necesaria colaboración para el mantenimiento del estado de guerra, pero se puso límites a su capacidad de actuación ubicándolas sobre todo en actividades asistenciales y de apoyo. El hecho de que las organizaciones femeninas, excepto la anarquista Mujeres Libres, estuvieran controladas por los organismos masculinos, hizo que no les fuese posible desarrollar de forma significativa sus propios objetivos desde una perspectiva feminista o de género porque nacieron sujetas a las necesidades de los partidos políticos que las respaldaban. Con todo, la Guerra Civil supuso una ruptura con la tradicional reclusión de las mujeres en los hogares, ya que les permitió visibilizarse como colectivo públicamente; esta demostración de las capacidades y de la utilidad de las mujeres en diversas ocupaciones abrió nuevos espacios y oportunidades que sentaron las bases de una confianza en nosotras mismas para continuar, en la medida de lo posible, durante la dictadura, con esta dinámica...